domingo, 3 de junio de 2012

LONDRES: Si me pierdo, que me busquen en el Museo Británico

Pocas semanas antes de que Londres se convierta, como dirían los griegos, en el ombligo del mundo con ocasión de los Juegos Olímpicos, creo que puede resultar de cierta utilidad contar algunos detalles del viaje que realicé a la capital británica en el verano del año 2009. Lo hago sobre todo pensando que algún buen amigo de Facebook tiene proyectado viajar a Londres el próximo julio.

Como todo el mundo sabe, Londres es una ciudad inmensa, con un clima poco soleado y algo fresco en verano, con precios bastante elevados y una oferta cultural impresionante. En lugar de apostar por una semana ó 6 días en el típico hotel de 3 estrellas situado a 4 ó 5 kilómetros de Picadilly Circus, me incliné por restarle un día a la estancia para alojarme en un hotel de 4 estrellas, definido como de semilujo en el folleto turístico y ubicado a 3 minutos de Trafalgar Square, el Charing Cross A Guoman Hotel, con habitación doble a unos 100 euros en verano, pero con un desayuno formidable incluido. Creo que fue un acierto total. Durante 5 días no tuve necesidad de utilizar metro ni autobús, con ahorro de tiempo y el encanto adicional de ir descubriendo la ciudad a cámara lenta, paso a paso. El auténtico desayuno inglés ofrecido en el Charing Cross me permitió cargar pilas por la mañana a las 8, a base de un par de huevos, jamón, quesos variados, tostada, mermelada, zumo y café. Más o menos estos eran los alimentos ingeridos cada mañana, acompañados en alguna ocasión por yogurt o croissant. De esta forma acumulaba energía para andar kilómetros por la ciudad, andando quemaba las calorías ingeridas, y ahorraba dinero -y tiempo- en el almuerzo de mediodía. La céntrica situación del hotel, en The Strand, permitía llegar al Parlamento, la National Gallery, Westminster o el Soho en pocos minutos. Con otra ventaja adicional. Como el cambiante tiempo de la capital británica sorprende con frecuencia con rachas de viento y lluvia, poco indicado para pasear por maravillosos parques como el de St James, no hay mejor fórmula cuando asedia el mal tiempo que refugiarse en la cercana National Gallery, justo al lado de la estatua de Nelson. Con entrada gratuita, en este magnífico museo se pueden admirar entre otras joyas "Los girasoles", de Van Gogh, y la "Venus del espejo", de Velázquez, además de renombradas obras de Cezanne, Canaletto, Rembrandt y Caravaggio.


José Manuel Requena ante el Big Ben.      Foto: Elo Durán

Independientemente del tiempo o de cualquier otra circunstancia, mi objetivo central de la visita a Londres no era ir de compras -yo desde luego no pisé Harrods y pasé de largo por Oxford Street- sino perderme al menos un día entero, con un mínimo de 8 horas en el Museo Británico. Creo que es uno de los mejores lugares del mundo para perderse. La entrada es gratuita, pero el formidable libro-guía por 6 libras te ilustra de una manera muy práctica. Además del libro, la audioguía en español también resulta muy conveniente.

Desde el maravilloso patio principal de entrada, bajo un magnífico techo de acero y vidrio, se puede comenzar la visita por las maravillas de Egipto, con la piedra Rosetta, el proceso de momificación, cabezas gigantescas de Ramsés II y Amenofis III o ataúdes de sacerdotisas de Amón. Dentro del museo hay cafeterías y restaurantes para hacer una parada y reponer fuerzas, a precios módicos.

Tras Egipto, bajo la denominación del Próximo Oriente Antiguo, se exponen fantásticas obras de Mesopotamia. La estatua colosal de león alado con cabeza humana, del palacio de Asurnasipal II o la escultura de marfil de una leona atacando a un nubio son piezas maestras, tan deslumbrantes como los relieves de los palacios asirios. El mundo griego puede representar el broche de oro a una jornada intensa de varias horas. Las esculturas del Partenón, el ánfora de Aquiles matando a Pentesilea o el monumento de las Nereidas representan tres de las mejores muestras exhibidas.

Ya en la calle, -el Museo Británico se halla muy céntrico-, se puede optar por la zona comercial de Oxford Street, recorrer el encantador Covent Garden, con magníficos espectáculos de mimo en sus plazas, o acudir a tomarle el pulso al Soho, para mí la mejor opción. Desde Leicester Square, poco más o menos como la Puerta del Sol en Madrid, cualquier dirección es buena porque hay de todo en todas partes. La comida inglesa tiene muy mala fama, -me refiero al fish and chips- y yo siguiendo el consejo de un camarero español no lo probé. Este compatriota aconsejaba las comidas étnicas como las de India, Pakistán y Bangladesh. Seguramente tienen la mejor relación calidad-precio por los miles de restaurantes que hay, pero como no me gusta el picante, opté por los chinos. En Gerrard Street, en pleno Soho a un paso de Leicester Square, hay al menos 40 restaurantes chinos. Pero diferentes a los de España y no me refiero a la decoración. Son chinos no del sur del continente, como los de aquí, sino chinos de Hong Kong. Los patos, expuestos a centenares en los mostradores, son el reclamo principal, junto al dim sum, pequeñas masas rellenas muy sabrosas. Por menos de 50 euros, incluida la bebida, puede cenar muy bien una pareja en estos restaurantes de la calle Gerrard, donde la competencia es muy fuerte. No lejos de allí, la cadena Wagamama tiene varios restaurantes, para degustar comida asiática por menos de 50 euros (del año 2009). En Wagamama cobraron 8,25 libras por un plato de pollo con arroz y 3,85 libras por una copa de vino francés.

Otra alternativa, para los amantes de la carne, es acudir a alguno de los numerosos steak house, que anuncian como gran reclamo la ternera Angus, del norte de Escocia. En el steakhouse de Cranbourn Street, la experiencia no me convenció nada. El solomillo de Angus, cortado muy grueso, y quizá muy hecho me resultó seco. Y además lo cobraron a 18 libras. El restaurante, caro como muchos del Soho, ofrece cerveza Guinnes a 3,40 libras o una copa de vino francés 4,75 libras. Y todo ello con un mensaje en la factura que dice “Servicio no incluido” y “las propinas son bienvenidas”.

Cumplido el objetivo de visitar los grandes museos, se puede elegir entre las siguientes opciones: subirse a la Noria, frente al Parlamento (para algunos es muy cara), recorrer Westminter para hacer fotos o dar un paseo en barco por el Támesis. Yo lo hice y no lo repetiriá porque el Támesis a su paso por Londres tiene menos encanto que el Sena en París o el Danubio en Budapest. Otras alternativas turísticas son visitar la catedral de San Pablo, la abadía de Westminster (muy recomendable), ver las joyas de la Corona en la Torre de Londres (muy recomendable) o armarse de paciencia y hacer fotos al vistoso cambio de guardia en Buckingham Palace. Si queda tiempo, hay ganas y sobra presupuesto se puede rematar la noche en algún teatro del Soho con atractivos espectáculos musicales.

Autor de la Crítica:  José Manuel Requena

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